Translate

martes, 8 de enero de 2013

MENORES VÍCTIMAS: ABUSO SEXUAL Y SUS EFECTOS SOCIALES E INSTITUCIONALES

La incidencia del abuso sexual infantil es muy alta. Abarca distintos tipos de comportamientos: caricias, la introducción de objetos en la vagina o en el ano, sexo oral, la masturbación frente a un niño, promover la prostitución de menores, obligar a los niños a presenciar escenas sexuales, y la penetración vaginal o anal con el pene.

Los agresores suelen proceder de todas las profesiones, razas y grupos étnicos. La mayoría de ellos son personas conocidas por la víctima y, muchas veces, adultos en los que debería poder confiar. Las víctimas del abuso, por su parte, lo son por igual de ambos sexos. El período de mayor vulnerabilidad está entre los 7 y los 13 años de edad, aunque un 25-35% de todas las víctimas menores de edad suelen tener menos de 7 años. 

Mandansky (1996) sostiene que los niños con mayor riesgo de ser víctimas de abuso sexual son aquellos con capacidad reducida para resistirse o descubrirlo, como son los que todavía no hablan, los que muestran retraso del desarrollo y minusvalías físicas y psíquicas, así como los niños con familias desorganizadas o reconstituidas. Para otros autores, Pérez y Borrás (1996), son también sujetos de alto riesgo los niños prepúberes con muestras de desarrollo sexual, así como los que se encuentran carentes de afecto en la familia, que puedan inicialmente sentirse halagados por la atención de la que son objeto, al margen de que este placer con el tiempo acabe produciendo en ellos un sentimiento de culpa.

También los niños víctimas de malos tratos son fácilmente susceptibles de convertirse en objeto de abusos sexuales. El incumplimiento de las funciones parentales, así como el abandono, el rechazo físico y emocional del niño por parte de sus cuidadores, propician que éstos sean manipulados más fácilmente con ofrecimientos interesados de afecto, atención y recompensas a cambio de sexo y secreto. Son familias de alto riesgo las constituidas por padres dominantes y violentos, así como las formadas por madres maltratadas.

Sin embargo, existen una serie de creencias erróneas sobre los abusos sexuales a menores:
  • Muchas personas piensan que los abusos sexuales no existen o son muy infrecuentes.
  • Los agresores son personas con graves patologías o con desviaciones sexuales:  casi todos los abusos son cometidos por sujetos aparentemente normales.
  • Solo ocurren en ambientes muy especiales, asociándolo con la pobreza, baja cultura, etc: están presentes en todas las clases sociales, zonas geográficas, etc.
  • Los niños fantasean.
  • En la actualidad hay más abusos a menores: ahora son estudiados, mientras que anteriormente era un tema tabú.
  • Los agresores son casi siempre familiares o casi siempre desconocidos: los agresores pueden tener relaciones de diversos tipos con la víctima.
La mayor parte de los casos no son conocidos por las personas más cercanas a las víctimas. Éstas tienden, con mucha frecuencia, a ocultarlos.

En ocasiones, las madres de los menores, aunque lo sepan, reaccionan ocultando los hechos, sobre todo si el agresor es un miembro de la familia. En bastantes casos, en especial cuando la hija es objeto de abusos sexuales por parte del padre, las madres participan de una u otra forma en los hechos, a veces, incluso incitando al padre de forma más o menos explícita. De esta forma no es infrecuente que la madre desempeñe un rol facilitador del incesto con el fin de retener al marido y obtener seguridad familiar; se trata, normalmente, de madres muy dependientes del marido o con relaciones sexuales insatisfactorias con él.

Lo que favorece este tipo de abuso entre familiares que conviven juntos es el secretismo. Muchos casos no son denunciados. Los agresores se por tan bien en la calle y también en la cárcel (cuando ingresan en ella), lo que hace que el entorno más próximo de la víctima no de crédito al testimonio de ésta. Además, aunque el agresor sea juzgado y se compruebe la veracidad de los hechos, ese mismo entorno culpabiliza a la víctima e incluso resaltan el "cariño" que existía entre ambos, sobre todo si se trata de niños muy pequeños, sin entender que este tipo de conductas puede producir secuelas y daños irreparables en el desarrollo personal e incluso estas víctimas pueden llegar a convertirse en futuros agresores sexuales cuando sean adultos.

En la víctima se producen sentimientos ambivalentes cuando el agresor es una persona muy cercana que, en ocasiones, es muy querida por él.

¿Qué efectos produce este delito sobre la víctima desde el ámbito familiar, del medio social, de las instituciones y judicial?

Helena de Marianas resalta la problemática de este delito desde dichos ámbitos en los que nos podemos encontrar con algunas de estas situaciones:

ENTORNO FAMILIAR:  Cuando el abuso es intrafamiliar y el abusador tiene alguna relación de parentesco con el menor se suelen dar las siguientes situaciones dentro de la familia:
    • Actitud de Negación
    • Actitud de Ocultamiento
    • División familiar
    • Presión a la víctima para que modifique el testimonio presentado en la denuncia
    • Continuar la convivencia o frecuentes contactos entre el abusador y la víctima
    • Mecanismos de negación y pensamientos de corresponsabilidad
    • Sobredimensión de las consecuencias
A parte de estas situaciones en el entorno familiar también se dan determinadas actitudes como pueden ser:
    • Interrogatorios reiterados, tanto los de carácter individual como los efectuados por grupos familiares, especialmente por miembros de la familia hostiles a la víctima y, sobre todo, los que se realicen en presencia del abusador.
    • Mensajes culpabilizadores o de incredulidad directos o indirectos, mucho más frecuentes cuando la víctima es una niña.
    • Concesiones de privilegios compensatorios y refuerzos a la utilización del abuso sufrido como medio de evitar responsabilidades, tareas tediosas, acceder a objetos o actividades deseadas tiempo atrás.
    • Reprimir la afectividad de la víctima de su contacto con adultos.
EN EL MEDIO SOCIAL: Los medios de comunicación han cumplido un papel positivo de divulgación y ayuda para acabar con el secretismo. Pero también presentan aspectos negativos que contribuyen a aumentar la problemática asociada al abuso sexual infantil, como son:
    • Reforzamiento del victimismo
    • Excesiva atención a los detalles morbosos.
    • Publicación de testimonios sin contrastar ni investigar mínimamente sobre el nivel de credibilidad que pueden constituir argumentos para no poner una denuncia.
    • Búsqueda del sensacionalismo.
    • Déficit en preservar la intimidad de los menores al presentar abiertamente a sus padres u otros familiares directos que inevitablemente conducirán a su identificación por parte de conocidos y vecinos.
EN LAS INSTITUCIONES:
  • Desde el ámbito escolar: Cuando el abuso lo lleva a cabo un docente o sucede en la escuela, surgen una serie de conflictos asociados:
    • La dirección y el claustro tienden al ocultismo, esgrimiendo la necesidad de no crear alarma social con lo que se viola el derecho a la información de los demás padres y se provoca la consiguiente reacción negativa de los mismos cuando por fin son conocedores de los hechos.
    • Abundante rumorología entre profesores por un lado y padres por otro, demandando y transmitiendo datos, no siempre ciertos, con el fin de efectuar un juicio paralelo y posicionarse sobre quién dice o no la verdad. con frecuencia este posicionamiento contamina el posterior proceso judicial, porque ambas partes se prestan a declaraciones que no están directamente relacionadas con los hechos.
    • Cuando un menor verbaliza un abuso sexual la reacción de los docentes puede ir desde el desentendimiento hasta acciones precipitadas de denuncia, pasando por interrogatorios innecesarios y mensajes de incredulidad.
  • Desde el ámbito sanitario: 
    • Reiteración en las exploraciones, aunque se sepa desde el inicio que el caso va a ser derivado a otro servicio.
    • Demoras en la actuación cuando intervienen varios servicios, afectando negativamente a las posibilidades de recuerdo (por ejemplo en niños muy pequeños que a veces son evaluados un año después de la verbalización de los hechos).
    • Se pide a familiares más directos, generalmente los padres, que interroguen al menor para conseguir información, sin tener en cuenta que estos padres tienen una alta implicación emocional en los hechos y que carecen de conocimientos técnicos.
    • En ocasiones estos menores son internados en centros inadecuados donde existe un alto índice de conflictividad y comportamientos agresivos por parte de otros menores, lo que provoca un fuerte victimismo secundario, impidiendo, en muchos casos, su normalización.
    • Tratar de mantener a toda costa una unidad familiar por muy patológica que ésta sea, tratando de reinsertar a la víctima en dicha unidad en casos en que no es aconsejable para su salud mental.
  • Desde el ámbito judicial: El proceso judicial es una vivencia traumática y aversiva que supone una elevada victimización secundaria que hace que el menor se encuentre en una situación de total indefensión. Llama la atención el trato que se da a un menor dependiendo de si es autor de un delito o si es víctima: si es autor de un delito, será tratado como menor y se tiene con él las consideraciones propias de su edad cronológica; sin embargo, si es menor víctima es tratado como adulto sin apenas consideraciones específicas. Esto último se plasma en:
    • Fundamentar la credibilidad de la víctima en su estabilidad psíquica y emocional y en su falta de capacidad fabulatoria, con lo que los menores especialmente creativos, con déficit intelectuales o desajustes en su personalidad quedan desprotegidos ante el abuso sexual, ya que, en el caso de sufrirlo, no serán considerados testigos válidos, circunstancia de la que en muchos casos ya será consciente la víctima, con el subsiguiente detrimento de su autoestima.
    • El poder estresante de las prácticas judiciales: ratificación, testificación en sala, etc., especialmente aversivas para menores tímidos, para los que solo el hecho de hablar en voz alta en presencia de adultos desconocidos ya resulta una experiencia ansiógena, aun cuando lo verbalizado no tenga fuerte contenido emocional. Tanto la puesta en escena como la dificultad de los que ha de ser contado resultan traumáticas para ellos.
    • La presencia del abusador, que muy a menudo es una persona con ascendencia sobre el menor, durante su testificación en la vista oral  supone un motivo añadido de ansiedad para la víctima, ya que aun cuando sea ocultado a la vista del menor por un algún artefacto, los niños y niñas informan, en muchas ocasiones, de haber sido conscientes de su presencia por diversos ruidos, carraspeos, producidos por él.
    • La larga duración del proceso, muchas veces de años, desde que se denuncian los hechos hasta que se celebra la vista oral, que dificulta la posibilidad de olvido e impide la finalización de la experiencia, al tiempo que incide negativamente en el proceso terapéutico.
    • La facilidad con que se aceptan los desmentidos de las víctimas, testimonios a los que habría que aplicar el mismo rigor que a las verbalizaciones de abuso, porque si así se hiciera, en muchos casos se detectaría que tras estos desmentidos están fuertes presiones familiares que le llevan a esta nueva información.

No hay que olvidar, que a su vez, los profesionales y los centros que trabajan en la detección, evaluación y tratamiento del abuso infantil, se encuentran en situación de vulnerabilidad porque a veces son denunciados a instancias judiciales o institucionales por personas que consideran que sus intereses o intenciones han sido perjudicados por la actuación de dichos profesionales.

Mención a parte merecen las acusaciones falsas de abuso sexual infantil, será  la próxima entrada....

ARTÍCULOS RELACIONADOS:



No hay comentarios:

Publicar un comentario